Uso tradicional de plantas en la cultura popular murciana

Uso tradicional de plantas en la cultura popular murciana

Las plantas que curaban antes que los médicos

En la región murciana, mucho antes de que la medicina moderna llegara a los hogares, eran las plantas quienes desempeñaban el papel de farmacias vivas. Las mujeres de las huertas, los pastores de las sierras, e incluso los pescadores de la costa, conocían y utilizaban una rica variedad de especies vegetales para tratar todo tipo de dolencias cotidianas. Aunque muchas de estas prácticas han caído en el olvido con el paso de las generaciones, aún persisten algunas en la memoria colectiva y en las costumbres rurales.

¿Cómo sabían nuestros antepasados qué planta servía para qué? La respuesta, como suele ocurrir en la tradición oral, está en la experiencia acumulada, los ensayos empíricos transmitidos de boca en boca, y la intensa observación de la naturaleza. Hoy, redescubrir este legado es una forma no solo de valorar nuestro patrimonio etnobotánico, sino también de fomentar un vínculo más consciente y sostenible con nuestro entorno.

Infusiones del campo: el botiquín en la cocina

En muchos hogares murcianos aún se recuerdan las infusiones de manzanilla para el dolor de estómago, el poleo para facilitar la digestión o la salvia para aliviar los males de garganta. Pero hay muchas otras especies menos conocidas que han formado parte del saber popular.

Una de las más emblemáticas es el té de roca (Jasonia glutinosa), muy aromática y típica de zonas montañosas como Sierra Espuña o El Valle. Se maceraba en aguardiente o se preparaba como infusión, y se le atribuían propiedades estomacales y regeneradoras.

Otra planta habitual es la malva (Malva sylvestris), cuyas flores y hojas se usaban para calmar la tos o reducir inflamaciones. En muchas pedanías rurales, la malva se recolectaba a mano, se secaba entre hojas de periódico y se guardaba como oro en paño para el invierno.

El uso de la ajenjo (Artemisia absinthium) también era común, a pesar de su sabor amargo. Se consideraba excelente para abrir el apetito y combatir parásitos intestinales, aunque su consumo excesivo era desaconsejado por sus posibles efectos tóxicos.

Ungüentos, cataplasmas y otros remedios de la abuela

Además de las infusiones, muchas plantas se transformaban en ungüentos, jarabes, cataplasmas o incluso amuletos protectores. En la cultura popular murciana, los remedios no solo tenían una base funcional, sino también simbólica.

Un ejemplo fascinante es el uso de aceite de hipérico (Hypericum perforatum), también conocido como « hierba de San Juan », para curar quemaduras, rozaduras o heridas leves. Las flores se maceraban en aceite de oliva al sol durante varias semanas, adquiriendo un característico color rojo. En algunas zonas, se usaba también para proteger del « mal de ojo ».

La ruda (Ruta graveolens), por su parte, contaba con una doble función: medicinal y mística. Se utilizaba tanto para regular el ciclo menstrual como para “limpiar la casa de malas energías”. En muchos cortijos murcianos todavía se ven ramilletes de ruda colgados en puertas y ventanas.

Los emplastos de higuera (Ficus carica) son otro clásico del saber popular. Se usaban para “madurar” forúnculos o aliviar torceduras. Bastaba con calentar una hoja grande y aplicarla directamente sobre la zona afectada.

Plantas comestibles y culinarias con valor medicinal

No todas las plantas medicinales eran exclusivas para tratar dolencias. Muchas formaban parte de la cocina tradicional y actuaban a la vez como alimento y remedio. La gastronomía murciana, en este sentido, es profundamente funcional.

Es el caso de la borraga (Borago officinalis), cuyas hojas tiernas se utilizan en potajes o tortillas. Rica en mucílagos, es excelente para suavizar los bronquios y calmar irritaciones de garganta. También se decía que ayudaba a “levantar el ánimo”, lo cual quizás se deba a su contenido en minerales útiles para reponer fuerzas.

El hinojo (Foeniculum vulgare), tan frecuente en márgenes de caminos y linderos, se emplea desde hace siglos tanto para dar sabor como para aliviar gases y cólicos. Los tallos jóvenes son especialmente apreciados en guisos de Semana Santa.

Las alcaparras (Capparis spinosa), recogidas en zonas áridas de interior, aportan además de su sabor ligeramente picante, propiedades digestivas y desintoxicantes. Su recolección es una actividad estacional que, aunque menos común hoy, se mantiene viva en familias del Campo de Cartagena.

Creencias, rituales y sabiduría ancestral

Las prácticas tradicionales alrededor de las plantas no solo eran médicas, sino también espirituales. El conocimiento etnobotánico murciano está profundamente imbricado con las creencias locales, muchas veces con raíces en la mezcla de culturas romana, árabe y cristiana.

En la huerta murciana, por ejemplo, el romero (Rosmarinus officinalis) no solo se quemaba para purificar el aire, sino que se utilizaba como incienso en rituales domésticos o festividades. “Echar un puñadico de romero al fuego en la noche de San Juan” era un acto cargado de intención simbólica que no buscaba solo aromatizar, sino también proteger el hogar.

En la sierra, durante la recogida de ciertas especies como el té de monte o la retama, era costumbre pedir permiso “a la tierra” y agradecer la cosecha. Estas prácticas de respeto mutuo entre personas y naturaleza reflejan una cosmovisión que hoy día resulta más actual que nunca en tiempos de cambio climático.

La transmisión oral en peligro de extinción

Uno de los mayores desafíos que enfrentan estos saberes tradicionales es la pérdida de transmisión intergeneracional. La globalización, la urbanización acelerada y el cambio de hábitos han hecho que muchas personas jóvenes no conozcan ni el nombre de las plantas que crecían al borde de los caminos de sus abuelos.

Según datos del Departamento de Botánica de la Universidad de Murcia, más del 60% del conocimiento etnobotánico recogido en encuestas rurales proviene de personas mayores de 65 años. “Cada vez que muere una de estas personas sin haberlo contado –me comentaba hace poco el etnobotánico Francisco Martínez–, perdemos siglos de experiencia acumulada”.

Los proyectos de recopilación, como los organizados por asociaciones locales y centros de investigación, son esenciales para conservar este acervo. Además, iniciativas educativas como los huertos escolares o talleres de plantas silvestres están ayudando a sembrar de nuevo este conocimiento en nuevas generaciones.

¿Qué podemos hacer para recuperar este legado?

La buena noticia es que, aunque hemos perdido parte del conocimiento tradicional, aún estamos a tiempo de recuperarlo. Aquí algunas formas prácticas de contribuir:

  • Hablar con nuestros mayores: aprovechar visitas familiares para preguntar por remedios caseros, nombres locales de plantas o costumbres olvidadas.
  • Participar en rutas etnobotánicas: muchos parques naturales de la Región de Murcia ofrecen recorridos guiados donde se explica el uso de la flora local.
  • Crear un herbario doméstico: con fotos, dibujos y descripciones, podemos documentar las especies locales y sus usos más allá de lo meramente medicinal.
  • Consumir local y de temporada: apoyar a productores que mantengan viva la tradición de cultivar plantas autóctonas o aromáticas murcianas.
  • Evitar la recolección indiscriminada: muchas especies están protegidas o podrían verse afectadas si no se recogen con criterio y respeto. Siempre es mejor aprender a cultivarlas.

Recuperar el uso tradicional de las plantas no es solamente una cuestión de nostalgia, sino una apuesta por una conexión más profunda con el territorio, una salud más integral y una forma de habitar el medio con conocimiento y sensibilidad.

La flora murciana, rica, diversa y generosa, sigue hablándonos en cada mata de tomillo, cada flor de esparto o cada ramita de lentisco. Solo tenemos que afinar el oído… y preguntar a quien todavía recuerda.