Plantas endémicas amenazadas por el turismo masivo

Plantas endémicas amenazadas por el turismo masivo

El precio oculto del turismo: plantas endémicas en peligro

Marzo marca el inicio de una de las épocas más vibrantes en los espacios naturales de la Región de Murcia: brotan las primeras flores, se intensifican los aromas del monte mediterráneo y los senderos se llenan de visitantes. Sin embargo, esa afluencia creciente de turistas en entornos delicados tiene consecuencias que a menudo pasan desapercibidas. Entre las más preocupantes está el deterioro de hábitats donde crecen plantas endémicas, especies únicas que solo existen en esta región y que ahora se enfrentan a un enemigo inesperado: el turismo masivo.

¿Qué entendemos por planta endémica?

En ecología, una especie endémica es aquella que solo se encuentra de forma natural en una zona geográfica específica. En el caso de la flora murciana, hablamos de plantas que no existen en ningún otro rincón del planeta. Esta rareza va de la mano con la fragilidad: las especies endémicas suelen tener un área de distribución limitada, poca variabilidad genética y una alta sensibilidad a los cambios ambientales.

La Región de Murcia se sitúa en una de las áreas más biodiversas de Europa: el sureste ibérico. A pesar de su pequeña extensión, alberga más de 80 especies vegetales endémicas, algunas de ellas tan localizadas que únicamente crecen en una ladera concreta o en una rambla determinada. Es el caso de la Antirrhinum charidemi (dragoncillo del Cabo), que únicamente aparece en la Sierra de la Fausilla, o de la Limonium carthaginense, restringida a acantilados específicos de la costa cartagenera.

Turismo en aumento, presión en aumento

El turismo de naturaleza ha experimentado un auge notable en la última década. Senderismo, cicloturismo, actividades de aventura o simplemente el deseo de “desconectar” llevan cada año a miles de personas a recorrer espacios como Calblanque, la Sierra de Espuña, o las sierras Litorales de Cartagena. Esta tendencia, que podría parecer inofensiva, comporta riesgos evidentes cuando no se gestiona con criterios ecológicos.

“El problema no es el turismo en sí, sino su intensidad y su dispersión. Cuando el visitante abandona los senderos señalizados o accede a zonas frágiles como acantilados costeros o ramblas con vegetación endémica, las consecuencias pueden ser devastadoras”, señala Inés Ballester, bióloga del Centro de Investigación Forestal de San Javier.

Entre los impactos más comunes que afectan a la flora endémica destacan:

  • La compactación del suelo por el pisoteo, que impide el desarrollo radicular y la germinación natural.
  • La erosión acelerada en laderas, que arrastra semillas y desestabiliza el sustrato.
  • La recolección ilícita de especies raras, motivada por intereses ornamentales o coleccionistas.
  • La introducción de semillas foráneas (en ropa o calzado), que compiten con las especies nativas.

Casos emblemáticos: del Cabo Tiñoso a Calblanque

Uno de los entornos más amenazados es el litoral entre Cabo Tiñoso y La Azohía, una zona de altísima riqueza botánica en la que conviven varias especies endémicas. “Hemos alertado del deterioro en varias poblaciones de Limonium tekinianum, una planta halófita endémica de este tramo litoral. Algunas flores han desaparecido en lugares donde antes eran abundantes”, indica el profesor José Antonio López Espinosa, botánico de la Universidad de Murcia.

En el parque regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila, a pesar de las restricciones de tráfico en verano, el incremento fuera de temporada está afectando a zonas sensibles. Las poblaciones de Helianthemum caput-felis, una pequeña cistácea que crece en suelos arenosos, están mostrando síntomas de regresión. Por si fuera poco, la expansión de plataformas para “glamping” o los rodajes publicitarios en espacios abiertos sin evaluación de impacto ambiental agravan el problema.

¿Es posible un turismo compatible con la conservación?

Sí, pero requiere planificación, educación ambiental y voluntad política. La experiencia de otros enclaves mediterráneos demuestra que el equilibrio es posible. En Córcega o en algunas zonas del Parque Natural del Cabo de Gata en Almería, se han implantado sistemas de control de aforo, pasarelas elevadas y guías locales formados en botánica que informan a los visitantes.

En el caso murciano, algunos pasos positivos comienzan a darse. En la Sierra de la Pila, por ejemplo, se han creado itinerarios botánicos señalizados que permiten admirar la flora sin interferir en ella. Asimismo, asociaciones como ANSE o Ecologistas en Acción organizan salidas interpretativas que combinan senderismo y divulgación científica.

No obstante, especialistas y colectivos de conservación coinciden: sin una normativa actualizada que proteja legalmente las microáreas de gran valor botánico y multen conductas negligentes, los avances serán parciales. “Hace falta una cartografía precisa de las zonas botánicamente sensibles, y que esa información llegue tanto a gestores turísticos como a los propios senderistas”, insiste Ballester.

¿Qué podemos hacer como ciudadanos?

Más allá de las acciones institucionales, nuestra conducta individual tiene un peso real. Aquí van algunas recomendaciones prácticas para quienes desean disfrutar de la naturaleza sin dañarla:

  • Infórmate antes de visitar un espacio natural: consulta si existen especies protegidas, rutas recomendadas o normas específicas.
  • No abandones los caminos señalizados ni accedas a zonas cerradas al público, aunque la vista desde “ese otro lado” parezca mejor para la foto.
  • Evita el pisoteo en zonas con vegetación rara o escasa. Si ves flores pequeñas o curiosas, admíralas, pero no las toques ni recolectes.
  • Limpia tu calzado tras cada ruta para evitar transportar semillas invasoras.
  • Comparte tu conocimiento. Si sabes de la presencia de una planta rara y ves que alguien la puede dañar sin saberlo, infórmalo con respeto.

Cuidar lo que nos hace únicos: la riqueza botánica murciana

En una era de globalización acelerada, lugares como los montes de Murcia destacan por lo que los diferencia. Su paisaje, su aroma de tomillo y albaida, sus flores diminutas y resistentes, son también patrimonio cultural y biológico. Perder una especie endémica es mucho más que ver desaparecer una flor: es borrar una línea de la historia natural de la región.

Quizás la próxima vez que caminemos por Calblanque o contemplemos el atardecer en Cabo Cope, podamos detenernos un instante y fijarnos en esa planta que crece solitaria junto al sendero: su existencia depende, en parte, de nuestras decisiones cotidianas. Conocer es el primer paso para conservar.

Como siempre, agradezco vuestras preguntas, aportes o experiencias locales. ¿Habéis notado impactos del turismo en zonas vulnerables? ¿Conocéis iniciativas que ayuden a proteger la flora autóctona? Os leo en los comentarios.