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La recuperación de zonas quemadas con plantas autóctonas

La recuperación de zonas quemadas con plantas autóctonas

La recuperación de zonas quemadas con plantas autóctonas

Cada verano, los incendios forestales vuelven a amenazar los ecosistemas del sureste ibérico. En la Región de Murcia, donde el clima semiárido y los largos periodos de sequía agudizan los efectos del fuego, la recuperación de las zonas quemadas se convierte en una prioridad ecológica. Pero, ¿cómo lograrlo de forma eficiente y sostenible? La respuesta pasa, cada vez más, por el uso de plantas autóctonas.

¿Por qué es crucial restaurar con especies locales?

Cuando un fuego arrasa una masa forestal o un ecosistema de matorral mediterráneo, no solo destruye árboles y arbustos, también altera radicalmente el suelo, afecta al ciclo hidrológico y favorece la erosión. La elección de las especies en los procesos de restauración no es un detalle menor: puede determinar el éxito o el fracaso del ecosistema regenerado.

“Las plantas autóctonas están mejor adaptadas a las condiciones edafoclimáticas de la zona y favorecen la recuperación de la biodiversidad local”, explica Paco Guillén, técnico ambiental del Parque Regional de Sierra Espuña. “Además, resisten mejor las sequías y suelen mostrar mayor resiliencia frente a futuras perturbaciones”, añade.

En otras palabras, utilizar plantas del lugar no solo respeta la identidad ecológica del paisaje murciano, también incrementa las probabilidades de que ese paisaje logre recuperarse por completo.

Lecciones desde el terreno: el caso de Calasparra

Uno de los ejemplos más ilustrativos lo encontramos en la Sierra del Molino, cerca de Calasparra. El incendio de 2011 arrasó más de 600 hectáreas de bosque de pino carrasco (Pinus halepensis) y matorral mediterráneo. Hoy, gracias a un proyecto de revegetación pilotado por la Dirección General del Medio Natural y el Ayuntamiento de Calasparra, el paraje muestra signos alentadores de recuperación ecológica.

¿El secreto? Una estrategia paciente y selectiva basada en la utilización de especies propias del entorno, recolectadas en las proximidades: lentisco (Pistacia lentiscus), coscoja (Quercus coccifera), romero (Rosmarinus officinalis), jara blanca (Cistus albidus) y espino negro (Rhamnus lycioides).

Los plantones, propagados en viveros locales, fueron reintroducidos a mano con la colaboración de asociaciones ambientales y vecinos, en actividades de voluntariado que no solo restauraron la cubierta vegetal, sino también el vínculo humano con el paisaje.

¿Cómo se seleccionan las especies adecuadas?

No todas las plantas autóctonas son idóneas para todas las zonas afectadas. Una recuperación efectiva requiere un diagnóstico preciso de las condiciones post-incendio: tipo de suelo, altitud, pendiente, grado de erosión y regeneración natural.

Las especies pioneras, resistentes y de crecimiento rápido como el esparto (Stipa tenacissima) o el albardín (Lygeum spartum), juegan un papel importante a corto plazo: estabilizan el terreno, retienen humedad y crean microambientes que facilitan la llegada de otras especies más exigentes.

En zonas más umbrosas o de mayor altitud, arbustos como el durillo (Viburnum tinus) o el madroño (Arbutus unedo), aunque más lentos en su desarrollo, aportan biodiversidad y estructura vertical al ecosistema reconstituido.

Por supuesto, el criterio de procedencia genética también cuenta: se priorizan los individuos obtenidos de semillas de la misma zona ecológica, para evitar interferencias genéticas y asegurar la adaptación local.

Restaurar con criterio ecológico y social

Uno de los desafíos en la reforestación post-incendio es no caer en soluciones uniformes y poco sostenibles, como las plantaciones masivas de especies exóticas o incluso de pino carrasco fuera de su rango natural.

“En el pasado, se cometieron errores plantando monocultivos sin atender a la diversidad natural del entorno”, recuerda Rosa Sanz, botánica del Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (IMIDA). “Hoy sabemos que una restauración ecológica eficaz debe contemplar la heterogeneidad, el mosaico de especies y estructuras”, concluye.

Además del enfoque ecológico, muchos de estos proyectos incorporan una dimensión social: emplean a personas en riesgo de exclusión, involucran a estudiantes, fomentan la educación ambiental y revalorizan el territorio desde sus bases.

El papel clave de los viveros forestales

¿De dónde vienen las plantas que regeneran nuestros montes? En la Región de Murcia, varios viveros forestales públicos y privados se dedican a la producción de planta autóctona certificada. Uno de ellos es el Vivero Forestal Regional “El Valle”, que desempeña un papel crucial en el suministro de especies seleccionadas para actuaciones de restauración ecológica.

“Recolectamos semillas en el medio natural, en parcelas madre previamente identificadas y controladas, para después reproducirlas con criterios de trazabilidad genética” explica Carmen López, ingeniera agrónoma del vivero. “Así garantizamos que las plantas que plantamos en una zona quemada sean realmente representativas de ese hábitat”.

Acciones que todos podemos apoyar

Si bien el trabajo técnico recae en administraciones y profesionales, la sociedad civil también puede desempeñar un papel activo en la recuperación de zonas quemadas. Algunas acciones concretas:

Además, es fundamental generar un cambio cultural: asumir que la naturaleza necesita tiempo para regenerarse y que a veces la mejor restauración es simplemente dejar actuar a los procesos naturales, asistidos estratégicamente por plantas que ya conocen el terreno.

Porque la flora local sabe lo que hace

En un paisaje moldeado por siglos de adaptación y resiliencia, las plantas autóctonas son aliadas insustituibles de la regeneración. No solo restauran coberturas vegetales, sino también saberes, interacciones y funciones ecológicas que mantienen vivo el equilibrio mediterráneo.

En la Región de Murcia, donde la biodiversidad convive con condiciones extremas, cada encina brotando tras un incendio, cada romero que coloniza una ladera calcinada, no es solo un símbolo de renacimiento. Es también un recordatorio de que, cuando damos prioridad a lo nuestro —lo que forma parte del ecosistema desde hace milenios—, damos un paso firme hacia la conservación verdadera.

Porque recuperar con sentido no es solo reforestar: es reconstruir ecosistemas. Y hacerlo con las especies que pertenecerían ahí incluso si nosotros no estuviéramos mirando.

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