Importancia de la flora autóctona en la conservación del suelo

Importancia de la flora autóctona en la conservación del suelo

Más allá de su belleza paisajística y su valor botánico, la flora autóctona de la Región de Murcia cumple un papel clave –y a menudo subestimado– en la conservación del suelo. En esta tierra de contrastes climáticos y presiones urbanísticas crecientes, hablar de plantas endémicas es hablar también de sostenibilidad, resiliencia y futuro.

¿Qué entendemos por “flora autóctona”?

El término hace referencia a aquellas especies vegetales que han evolucionado en un área determinada sin intervención humana, y que están adaptadas a las condiciones climáticas, edáficas y biológicas del lugar. En el caso de Murcia, estamos hablando de especies que han sobrevivido a siglos de aridez, fuertes vientos y suelos pobres gracias a adaptaciones sorprendentes.

Algunas de las más emblemáticas incluyen el espino negro (Rhamnus lycioides), la jara de Cartagena (Cistus heterophyllus subsp. carthaginensis), el esparto (Stipa tenacissima) o el tomillo cabezudo (Thymus moroderi), todas ellas con arraigo profundo tanto en el paisaje como en la identidad murciana.

Plantas que sostienen el suelo… literalmente

No es una metáfora: las raíces de la vegetación autóctona actúan como una red natural que sujeta la capa fértil del suelo. Esto es especialmente importante en áreas con riesgo de desertificación como muchas zonas del sureste peninsular. Según datos del Centro de Edafología y Biología Aplicada del Segura (CEBAS-CSIC), el 44% del territorio murciano presenta riesgo alto o muy alto de erosión hídrica. ¿Qué significa esto? Que cada lluvia intensa puede llevarse toneladas de suelo cultivable si la cobertura vegetal es insuficiente.

Las especies autóctonas han evolucionado precisamente para afrontar estas condiciones. Algunas tienen sistemas radiculares profundos que perforan la tierra en busca de humedad y que, en el proceso, la estabilizan. Otras, como el esparto, crean céspedes densos que frenan la escorrentía y reducen el impacto del agua.

Más allá de las raíces: multiplicando la vida del suelo

La presencia de vegetación nativa no solo evita la pérdida directa del suelo, sino que mejora su calidad a largo plazo:

  • Facilita la infiltración de agua, aumentando la humedad edáfica y regulando el ciclo hídrico local.
  • Favorece la formación de materia orgánica con la caída de hojas, ramas y otros restos vegetales.
  • Activa la biodiversidad del suelo, promoviendo una rica comunidad de microorganismos, lombrices, insectos y hongos.

Como apuntan desde la Asociación de Naturalistas del Sureste (ANSE), “un suelo cubierto con vegetación adaptada mejora su estructura, su fertilidad y su resiliencia frente al cambio climático”. No es casualidad que muchos proyectos de restauración ecológica en la Región prioricen el uso de plantas autóctonas.

Cuando la vegetación desaparece: un ciclo de degradación

La ausencia de flora autóctona tiene efectos en cascada. Cuando se elimina la cobertura vegetal, ya sea por urbanización, incendios, cultivos intensivos o pastoreo sin control, el suelo queda expuesto a la fuerza de los elementos. La lluvia arrastra las partículas finas, dejando una capa empobrecida y compactada. Con menos fertilidad, la vida vegetal disminuye aún más y el círculo vicioso continúa.

Un claro ejemplo es el entorno de la sierra de la Muela (Cartagena), donde durante años la presión urbanística y el sobrepastoreo llevaron a zonas despobladas de vegetación. En los últimos años, iniciativas del Parque Regional, en colaboración con universidades y colectivos locales, han reintroducido especies nativas con resultados prometedores: mejora del suelo, retorno de fauna, y reducción de la erosión.

Flora autóctona y agricultura: ¿aliadas o competencia?

A pesar de los prejuicios todavía presentes en algunos sectores agrícolas, las plantas nativas no son enemigas del cultivo, sino todo lo contrario. De acuerdo con la Red de Agroecología del Sureste, las especies autóctonas pueden integrarse en entornos agrícolas como:

  • Cortavientos vivos: setos de lentisco, acebuche o arto para frenar los vientos desecantes del noreste.
  • Refugios de fauna auxiliar: tomillares o zonas de romero donde se asienten polinizadores o depredadores naturales de plagas.
  • Cobertura del suelo en márgenes y zonas improductivas, evitando la erosión y mejorando la infiltración de agua.

Incorporar flora autóctona en huertos y explotaciones agrícolas no significa renunciar al rendimiento, sino entender que un agroecosistema más equilibrado es también más productivo a largo plazo.

Restauración ecológica: cuando el suelo se regenera gracias a las plantas locales

En los últimos veinte años, numerosos proyectos de restauración en la Región de Murcia han apostado por revegetar áreas degradadas utilizando exclusivamente flora autóctona. El resultado ha sido una recuperación no solo del suelo, sino también de la biodiversidad y la funcionalidad ecológica del paisaje.

En el caso del Monte El Valle, al sur de la capital murciana, la Dirección General del Medio Natural ha ejecutado actuaciones de reforestación utilizando especies como la sabina mora (Tetraclinis articulata) y el enebro (Juniperus oxycedrus). En apenas cinco años, la presencia de suelo erosionado ha disminuido un 30%, mientras que se ha incrementado la infiltración de agua y la observación de especies ligadas al matorral mediterráneo.

Estas experiencias confirman lo que ecólogos llevan años defendiendo: reintroducir plantas adaptadas es el primer paso hacia la sanación de un paisaje.

¿Y qué puedo hacer yo desde casa?

Puede parecer que estas cuestiones pertenecen a la escala política o científica, pero lo cierto es que cada uno de nosotros puede fomentar la presencia de flora autóctona y, con ello, contribuir a proteger los suelos de nuestra región.

Algunas acciones concretas podrían ser:

  • Optar por plantas autóctonas en jardines y terrazas: son más resistentes, requieren menos agua y fertilizantes, y ayudan a fijar el suelo.
  • Evitar especies exóticas invasoras que compiten con la flora local (como la uña de gato o el ailanto).
  • Participar en jornadas de voluntariado ambiental en parques naturales o viveros de plantas nativas.
  • Informarse sobre la biodiversidad vegetal del entorno y apoyar iniciativas de conservación comunitarias.

En palabras de Elena Pérez, ingeniera forestal y responsable del vivero de especies autóctonas de Sierra Espuña: “Cada planta que sembramos es una raíz que protege el suelo. Y cada suelo que conservamos es un ecosistema que defendemos”.

Una red viva que sostiene el territorio

En definitiva, la flora autóctona no es solo un complemento del paisaje; es una verdadera infraestructura natural que regula procesos esenciales como la estabilidad edáfica. En una región donde el cambio climático ya se hace sentir y la presión sobre el territorio no cesa, dar protagonismo a nuestras especies vegetales es una forma inteligente de cuidar el suelo… el verdadero fundamento de todo lo que vivimos y cultivamos.

Detrás de cada retama, cada mata de romero o cada encina joven, hay un ejército silencioso trabajando a favor de la vida. Quizá sea hora de observarlas no solo con admiración, sino con la conciencia del papel crucial que juegan bajo nuestros pies.