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El impacto de la sequía en los ecosistemas del noroeste murciano

El impacto de la sequía en los ecosistemas del noroeste murciano

El impacto de la sequía en los ecosistemas del noroeste murciano

La sequía se agrava en el noroeste murciano: ¿qué está en juego?

Desde los últimos cinco años, la Región de Murcia arrastra un déficit hídrico que no cesa. Pero es en el noroeste —comarcas como Moratalla, Caravaca de la Cruz, Cehegín y Bullas— donde la sequía está dejando una huella especialmente profunda. Estos municipios, enclavados en zonas montañosas y con una biodiversidad única, están viendo cómo la escasez de precipitaciones afecta no solo al paisaje, sino a toda la estructura ecológica que los sostiene.

Lo que antes era un ciclo estacional relativamente predecible, con lluvias más o menos generosas durante la primavera y el otoño, ha dado paso a un patrón mucho más errático: largas sequías interrumpidas por lluvias intensas y torrenciales que, lejos de reponer los acuíferos, ocasionan erosión y pérdidas de suelo fértil.

¿Qué impacto real está teniendo esta situación en los ecosistemas del noroeste murciano? ¿Podemos hacer algo para revertir —o al menos mitigar— los efectos de este fenómeno?

Desaparición progresiva de hábitats húmedos

Uno de los primeros indicadores del cambio ha sido la progresiva desaparición de humedales temporales, charcas y arroyos de caudal intermitente. Espacios como el humedal de Las Tosquillas (Caravaca de la Cruz), que servía de refugio para anfibios como el sapillo pintojo ibérico (Discoglossus galganoi) o el gallipato (Pleurodeles waltl), hoy apenas presentan humedad superficial en buena parte del año.

Según Juan Jesús Martínez, biólogo y técnico ambiental del Ayuntamiento de Cehegín, “el déficit de aportes hídricos ha provocado una merma drástica en la reproducción de especies sensibles, especialmente aquellas que dependen de hábitats temporales. Hemos perdido varios enclaves reproductivos en solo tres años”.

Las consecuencias no se quedan ahí. La flora asociada a zonas húmedas, como el junco (Juncus acutus), la eneida (Scirpus holoschoenus) o incluso especies más raras como Ranunculus peltatus, ha visto reducida drásticamente su distribución.

El retroceso de las especies vegetales con alto requerimiento hídrico

En cotas medias y bajas, donde predominan los pinares de Pinus halepensis y los encinares abiertos, la historia se repite. Las encinas (Quercus ilex subsp. ballota) jóvenes no logran establecerse debido a la falta de humedad en el suelo durante los meses críticos, lo que compromete el relevo generacional. Incluso en zonas protegidas como el Parque Regional de la Sierra de la Pila o el Sabinar de Caravaca, ciertos ejemplares centenarios muestran signos fisiológicos de estrés hídrico sostenido.

El tomillo (Thymus hyemalis), el romero (Rosmarinus officinalis) y la salvia (Salvia lavandulifolia) —especies indispensables para polinizadores y para las comunidades vegetales mediterráneas— también experimentan floraciones cada vez más pobres, lo que reduce su valor ecológico y las interacciones faunísticas a su alrededor.

Escasez de alimento para fauna silvestre

Las consecuencias de esta transformación vegetal se reflejan directamente en la fauna. En zonas como la sierra de Burete o el valle del río Quípar, se observa una disminución en las poblaciones de aves insectívoras como la curruca tomillera (Sylvia cantillans) o el verdecillo (Serinus serinus), posiblemente por la pérdida de cobertura vegetal favorable y la disminución de artrópodos asociados.

Por su parte, las poblaciones de herbívoros como el jabalí o la cabra montés han comenzado a modificar su distribución, acercándose más a áreas agrícolas o a zonas urbanizadas, en busca de comida y agua. Este cambio de comportamiento conlleva también conflictos con los habitantes locales: aumento de accidentes de tráfico, daños agrícolas y alteraciones en los cultivos.

Agravamiento del riesgo de incendios forestales

Un dato alarmante recogido por el INFO (Plan Infomur) es que, en el noroeste murciano, la ventana de riesgo alto por incendios se ha alargado en más de 30 días respecto a hace una década. “La falta de lluvias y temperaturas más altas han hecho que el sotobosque esté seco desde mayo o incluso abril”, señala Carmen Riquelme, responsable del área forestal de la Consejería de Medio Ambiente.

Además, la acumulación de madera seca y vegetación muerta, no controlada de forma activa, multiplica las probabilidades de fuegos de alta intensidad. En 2023, se registraron casi 60 conatos solo en la comarca del Noroeste, afortunadamente contenidos en su mayoría por la rápida intervención de los dispositivos terrestres.

El papel crucial de la gestión local

Frente a estos desafíos, cada municipio puede jugar un papel clave. Algunas iniciativas ya están en marcha y merecen ser visibilizadas. Cehegín ha puesto en marcha un plan de revegetación con especies autóctonas de bajo requerimiento hídrico en ramblas y márgenes agrícolas, como una forma de proteger el suelo y recuperar biodiversidad. En Moratalla, las brigadas forestales colaboran en labores de riego de apoyo a repoblaciones, con agua reciclada del tratamiento de aguas residuales.

“Son pequeñas acciones, pero con impacto acumulativo positivo. Si cada municipio gestionara sus áreas naturales desde una perspectiva integradora y adaptativa, podríamos amortiguar buena parte del daño”, insiste Riquelme.

¿Qué podemos hacer desde casa?

Ante fenómenos globales como el cambio climático, es fácil caer en el sentimiento de impotencia. Pero también desde los hogares se pueden asumir compromisos útiles para combatir los impactos de la sequía:

También puedes contribuir difundiendo información veraz, participando en grupos de voluntariado ambiental, o incluso colaborando científicamente con proyectos de ciencia ciudadana que monitorean biodiversidad y cambios ambientales en la Región de Murcia.

Mirando al futuro: adaptación y resiliencia

El cambio ya está en marcha. Las previsiones climatológicas del proyecto MEDITERRAD (Universidad de Murcia y AEMET) indican que los periodos de sequía se volverán más frecuentes e intensos en las próximas décadas en nuestro territorio. Esto no significa rendirse, pero sí adaptarse.

Las herramientas existen: planes de gestión adaptativa, restauración ecológica, aprovechamiento eficiente de recursos y, sobre todo, resiliencia comunitaria. Porque, al fin y al cabo, proteger los ecosistemas del noroeste murciano no es solo proteger al búho real o al tomillo florecido: es cuidar el equilibrio del que también depende la salud, la economía y la identidad cultural de nuestros pueblos.

Y tú, ¿qué paso vas a dar hoy para conservar el paisaje que amas?

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