Importancia de la flora ribereña en ecosistemas semiáridos

Importancia de la flora ribereña en ecosistemas semiáridos

En los paisajes secos y escarpados de la Región de Murcia, donde el agua es un bien escaso y apreciado, los márgenes de ríos, ramblas y arroyos intermitentes desempeñan un papel crucial. Lejos de ser simples franjas verdes al borde del agua, la vegetación ribereña constituye uno de los ecosistemas más ricos y estratégicos en territorios semiáridos como el nuestro.

¿Por qué es tan relevante conservar y restaurar estas zonas húmedas en una tierra tan hostil para el verdor? Vamos a adentrarnos en una franja de biodiversidad tan resiliente como amenazada: la flora ribereña.

Lo que entendemos por flora ribereña

Cuando hablamos de flora ribereña, nos referimos al conjunto de especies vegetales que crecen de forma natural en las orillas de los cursos de agua, ya sean estacionales o permanentes. En Murcia, esto incluye desde ríos como el Segura hasta ramblas como la de El Cañarico o el barranco de Gebas. Esta franja de vegetación tiene una estructura ecológica muy específica: suele presentar varias capas (hierbas, arbustos y árboles), todas ellas adaptadas a grandes fluctuaciones de humedad, salinidad y temperaturas extremas.

Algunos ejemplos representativos en nuestra región:

  • Tamarix africana (taray): un arbusto salino extremadamente resistente que forma parte esencial de los cauces secos en verano.
  • Populus alba (álamo blanco): presente en tramos más estables del Segura, crea sombra y hábitat para decenas de especies animales.
  • Phragmites australis (cañaveral): aunque a veces desplazado por especies invasoras, sigue siendo clave en la depuración natural del agua.
  • Juncus maritimus (junco marítimo): frecuente en marjales y zonas de transición entre agua dulce y salina.

Un refugio verde en medio del secano

En los ecosistemas semiáridos, donde la vegetación es dispersa y las temperaturas abrasadoras, la flora ribereña actúa como un refugio climático y biológico. Según un estudio del Departamento de Botánica de la Universidad de Murcia (2020), los corredores ribereños pueden albergar hasta un 40% más de biodiversidad que la estepa circundante.

Estas zonas ofrecen:

  • Sombras que regulan la temperatura del suelo y del agua.
  • Microhábitats para anfibios, insectos polinizadores y aves migratorias.
  • Conectividad ecológica: funcionan como « autopistas verdes » que permiten a las especies desplazarse entre áreas aisladas.

Durante una salida de campo en la rambla de Librilla el pasado otoño, pude ver un martinete (Nycticorax nycticorax) refugiado en una alameda. Una imagen que evidencia el valor inesperado de estos espacios en apariencia marginales.

Aliadas naturales contra la desertificación

En el contexto del cambio climático, los ecosistemas ribereños son fundamentales para combatir la desertificación. Su vegetación frena la erosión del suelo, estabiliza los márgenes fluviales y mejora la infiltración de agua en el acuífero subterráneo. La flora ribereña actúa, en palabras del ecólogo murciano Paco Almagro, como « una esponja vegetal que regula los pulsos de agua y frena la muerte del paisaje”.

En zonas como el Parque Regional de Calblanque, la restauración de antiguas ramblas con vegetación autóctona ha permitido recuperar microacuíferos y reducir la pérdida de suelo fértil tras las lluvias torrenciales.

Una flora en jaque: amenazas actuales

A pesar de su vital importancia ecológica, estos corredores verdes están bajo una presión enorme derivada de múltiples factores:

  • Extracción intensiva de agua subterránea: reduce la disponibilidad hídrica necesaria para la supervivencia de especies hidrófilas.
  • Especies exóticas invasoras: la caña común (Arundo donax) ha desplazado en muchos tramos del Segura a especies autóctonas como el carrizo.
  • Contaminación agrícola: nitratos y pesticidas afectan la regeneración natural de especies sensibles.
  • Urbanización de zonas limítrofes: los márgenes de ramblas y arroyos se convierten en vertederos o zonas de relleno urbano.

Como dato revelador, el 75% de los tramos fluviales murcianos presenta alteraciones significativas en su vegetación riparia, según indica el último informe sobre el estado ecológico de las masas de agua de la Confederación Hidrográfica del Segura.

Proyectos locales que marcan el camino

Hay luz entre los tarays. Cada vez son más los esfuerzos de restauración ecológica impulsados por administraciones, ONGs y colectivos ciudadanos. Entre los más notables, destaca el proyecto “Red Natura Ribera” coordinado por ANSE, que ha recuperado más de 20 hectáreas de bosque de ribera en tramos medios del Segura mediante la plantación de álamos, tarays y sauces.

Otra iniciativa inspiradora es la llevada a cabo en el entorno del embalse de Santomera, donde escolares de la zona, acompañados por técnicas de educación ambiental, han ayudado a reforestar márgenes degradados con baladres (Nerium oleander), retamas y rosales silvestres.

¿Y nosotros? Qué podemos hacer desde lo cotidiano

La conservación de la flora ribereña no es responsabilidad exclusiva de técnicos forestales o funcionarios de medio ambiente. Como ciudadanos, hay gestos pequeños pero poderosos que podemos adoptar:

  • Evitar transitar en zonas de vegetación sensible durante excursiones.
  • Denunciar vertidos ilegales en ramblas o cauces temporales.
  • Participar en jornadas de voluntariado de restauración ribereña.
  • Preferir especies autóctonas si contamos con jardín o huerto próximo a un corredor fluvial.

Además, conocer mejor nuestra flora es ya una forma de protegerla. Reconocer un taray o una adelfa nos conecta de manera distinta con el paisaje. Como decía recientemente la botánica Teresa Riquelme en una entrevista para este blog: “Si no sabes cómo se llama, difícilmente vas a querer salvarlo”.

Mirar al agua con otros ojos

En una tierra marcada por la escasez hídrica, los pocos cursos de agua con los que cuenta Murcia son auténticos tesoros ecológicos. Y la flora que crece a sus bordes —a veces discreta, casi siempre resiliente— es clave para la salud general de nuestros ecosistemas.

Caminar junto a una rambla, detenerse a escuchar los insectos entre los juncos o identificar un sauce junto al cauce seco… son formas sencillas de reconectar con un patrimonio natural que no necesita grandes embalses, sino respeto y mirada atenta.

Invertir en flora ribereña es invertir en futuro. Uno más verde, más fresco… y más nuestro.