Cómo afecta el cambio climático a la floración de especies autóctonas

Cómo afecta el cambio climático a la floración de especies autóctonas

En las últimas semanas, varios senderistas frecuentes del Parque Regional Carrascoy y El Valle han compartido observaciones que no han pasado desapercibidas para biólogos y naturalistas locales: la floración de algunas especies típicamente primaverales, como el cantueso (Lavandula stoechas) o el tomillo (Thymus vulgaris), se ha adelantado notablemente. En otros casos, como en el del algarrobo (Ceratonia siliqua), se ha detectado una floración irregular, con brotes fuera de temporada. ¿Estamos ante simples anomalías pasajeras o frente a un patrón persistente? La respuesta apunta, cada vez más claramente, al cambio climático.

El reloj biológico de las plantas está cambiando

La fenología —la ciencia que estudia los eventos cíclicos de los seres vivos y su relación con las condiciones ambientales— nos ofrece una ventana privilegiada para entender cómo el calentamiento global está afectando a la flora autóctona murciana. La floración es uno de los indicadores fenológicos más sensibles a las variaciones climáticas.

Según datos del Observatorio Fenológico de la Región de Murcia, gestionado por el Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (IMIDA), en la última década se ha registrado un adelanto medio de entre 5 y 15 días en la floración de diversas especies silvestres de ambientes mediterráneos. Este cambio, aunque pueda parecer leve, tiene implicaciones muy profundas en los ecosistemas.

¿Qué especies se ven más afectadas?

No todas las plantas responden igual a los cambios del clima. Las especies que dependen de señales térmicas —es decir, del aumento de temperaturas para iniciar su ciclo de floración— están sufriendo los cambios más evidentes. Entre las más sensibles, destacan:

  • Asphodelus ramosus (gamón): común en matorrales y claros forestales, ha registrado floraciones adelantadas hasta por tres semanas en zonas de la Sierra de la Pila.
  • Rosmarinus officinalis (romero): aunque puede florecer casi todo el año, su pico habitual está cambiando, afectando a los polinizadores asociados.
  • Helianthemum spp. (jarillas): muy comunes en laderas soleadas del sureste, estas especies evidencian fases de floración desincronizadas entre ejemplares de la misma población.

“Lo más preocupante es que ya no solo vemos un adelanto, sino también una extensión de los periodos de floración y un aumento de los episodios de refloración fuera de temporada”, explica la botánica local Ana Sánchez, investigadora en ecología vegetal de la Universidad de Murcia.

Desajustes en la red ecológica

El cambio en los tiempos de floración no es un hecho aislado. Cada planta forma parte de una compleja red ecológica en la que intervienen múltiples actores: polinizadores, herbívoros, microorganismos del suelo… Y cuando una pieza del engranaje se adelanta o se retrasa, todo el sistema lo nota.

Uno de los efectos más documentados es la disonancia entre flores y polinizadores. Si una planta florece antes, pero las especies de abejas o mariposas que la polinizan todavía no han salido de su letargo invernal, el resultado es una floración fallida.

Este fenómeno ya ha sido registrado en Sierra Espuña, donde el almendro silvestre (Prunus webbii) ha visto reducido su éxito reproductivo por la ausencia de insectos durante floraciones tempranas. A largo plazo, estos fallos pueden afectar a la viabilidad de poblaciones enteras.

Impacto sobre la biodiversidad murciana

La Región de Murcia es una joya botánica del Mediterráneo. Alberga más de 2.000 especies de plantas vasculares, de las cuales cerca de 130 son endemismos ibéricos o exclusivos del sureste peninsular. Este patrimonio vegetal no solo define nuestros paisajes, sino que sustenta todo un entramado de vida adaptada a condiciones extremas de aridez y caliza.

La alteración de los ciclos fenológicos amenaza especialmente a las especies más raras y localizadas, como Trepidorea laevigata, una planta endémica de suelos yesosos del área de Fortuna y Abanilla. “La flora especializada en microhábitats ya está sometida a muchas presiones: cambio de uso del suelo, sobrepastoreo, especies invasoras… Si a eso le añadimos el estrés climático, el cóctel puede ser fatal », advierte la investigadora María Dolores Carreño, del Centro de Conservación de Flora Silvestre de El Valle.

¿Cómo lo sabemos? Ciencia y seguimiento desde el terreno

El estudio fenológico requiere observación constante y registros de largo plazo. En este sentido, proyectos como el de los voluntarios fenológicos del Jardín Botánico de Murcia aportan datos valiosísimos. Ciudadanos formados registran las fechas de brotación, floración y fructificación de diversas especies mes a mes.

Los datos recogidos son luego validados por expertos del IMIDA y la Universidad de Murcia, y comparados con series históricas. Esto permite detectar tendencias a medio plazo y generar modelos predictivos. Se trata de una base imprescindible para implementar estrategias de conservación adaptadas a los nuevos escenarios climáticos.

¿Qué podemos hacer desde nuestra realidad cotidiana?

Frente a un fenómeno global como el cambio climático, es fácil sentirse impotente. Sin embargo, existen maneras concretas de contribuir desde el ámbito local:

  • Participa en redes de ciencia ciudadana. Puedes unirte a iniciativas como el Proyecto Floraplus del CIEF o las plataformas de iNaturalist para registrar observaciones fenológicas.
  • Favorece la biodiversidad en tu jardín o terraza. Evita plantas exóticas invasoras y opta por especies autóctonas que ayuden a conservar polinizadores locales.
  • Apoya políticas públicas de adaptación. Informa a tus representantes locales sobre la importancia de conservar corredores ecológicos y planificar según criterios de conservación climática.

Como bien afirma el ecólogo Pedro Robles, del Colegio Oficial de Biólogos de la Región de Murcia: “Adaptarse al cambio climático no es solo una cuestión de infraestructuras o economía. Es también conservar nuestros ritmos naturales, nuestros tiempos de flor y de fruto, que han definido la identidad biológica de esta tierra durante milenios”.

Una oportunidad para reconectar con los ciclos naturales

Aunque los datos son preocupantes, también nos invitan a repensar nuestra relación con el entorno. Observar atentamente cuándo florecen los lentiscos o cómo brotan las jaras puede ser un acto de ciencia, pero también de cuidado.

Integrar estos conocimientos en la vida cotidiana —aprender los nombres de nuestras plantas vecinas, descubrir cuándo germinan, cuándo se marchitan— nos ancla a un paisaje vivo que cambia, sí, pero que aún puede ser protegido.

Quizá la próxima vez que salgas al monte y veas florecer un tomillo en pleno diciembre, no te extrañe tanto. Pero sí te invite a seguir preguntando, observando y, sobre todo, actuando.