A simple vista, el Mar Menor deslumbra por su calma y su belleza serena. Este humedal costero de la Región de Murcia, uno de los ecosistemas más singulares del litoral mediterráneo, es también hogar de una flora autóctona rica y diversa. Sin embargo, bajo la superficie, se libra una lucha silenciosa contra múltiples amenazas que ponen en riesgo su equilibrio ecológico. En este artículo, exploramos la flora del Mar Menor, su valor ecológico y los desafíos ambientales que enfrenta.
Un paraíso vegetal entre la sal y la arena
El Mar Menor, separado del Mediterráneo por la franja de dunas y arenales conocida como La Manga, crea un entorno semi cerrado con características salinas únicas. Esta peculiaridad lo convierte en un refugio para especies vegetales que han desarrollado sorprendentes adaptaciones para sobrevivir en condiciones extremas.
Entre las formaciones más emblemáticas encontramos los salares y saladares costeros, hábitats dominados por plantas halófitas (adaptadas a suelos salinos), como Sarcocornia fruticosa (alga salada), Arthrocaulon macrostachyum (alga intensa) y diversas especies del género Limonium, muchas de ellas endémicas o con poblaciones muy localizadas.
Las playas y dunas también albergan auténticas joyas botánicas como el silene o campanilla de mar (Silene cambessedesii), una especie endémica del litoral murciano-alicantino, o el Pancratium maritimum (narciso de mar), que resiste los ventarrones salinos y la escasez de agua con una elegancia insólita.
Diagnóstico de un ecosistema enfermo
Desde hace más de una década, científicos, asociaciones ecologistas y vecinos alertan sobre el deterioro progresivo del ecosistema del Mar Menor. Uno de los impactos más devastadores ha sido la intensificación de los episodios de eutrofización, es decir, el exceso de nutrientes (principalmente nitratos y fosfatos) que provocan la proliferación descontrolada de algas y la disminución del oxígeno disuelto en el agua.
Como consecuencia, se han producido mortandades masivas de fauna marina y un enturbiamiento de las aguas que afecta no solo a la fauna sino también a la flora sumergida, como las praderas de Cymodocea nodosa, una fanerógama marina clave en la fijación del sustrato y criadero de múltiples especies.
Isabel González, bióloga del Instituto Español de Oceanografía, explica que « la cobertura de vegetación sumergida ha disminuido en más del 80% en algunas zonas desde 2016, lo que implica una pérdida crítica de servicios ecosistémicos. »
Presiones humanas y pérdida de hábitat
A estos procesos se suman los efectos de décadas de urbanización sin control, especialmente en La Manga y las zonas aledañas. La construcción de puertos, paseos marítimos y urbanizaciones ha fragmentado los hábitats naturales y reducido dramáticamente el espacio disponible para que la flora halófita y dunar pueda desarrollarse.
Otro factor preocupante es la contaminación agraria procedente del Campo de Cartagena, donde se utilizan fertilizantes en cultivos intensivos cuyas escorrentías, cargadas de nitratos, terminan en la laguna a través de la rambla del Albujón y otros cauces.
¿El resultado? Saladares secos o transformados en zonas de cultivo marginal, pisos de vegetación típicos desapareciendo, y un retroceso acelerado de especies emblemáticas de la flora litoral murciana.
Esfuerzos de conservación en marcha
A pesar del panorama desolador, existen iniciativas que buscan revertir esta tendencia. Una de las más destacadas es el Proyecto LIFE Salinas, que invierte en la recuperación del entorno de las Salinas de San Pedro del Pinatar. Allí, se están restaurando hábitats salinos con técnicas basadas en la eliminación de especies invasoras, revegetación con plantas autóctonas y control de accesos no autorizados.
También cabe mencionar la labor del Observatorio del Mar Menor, una red impulsada desde la sociedad civil y universitaria que realiza seguimiento de indicadores ecológicos y propone medidas de gestión participativas.
Según datos del equipo del Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (IMIDA), en los últimos tres años se han reintroducido más de 10.000 ejemplares de especies vegetales autóctonas en áreas degradadas del perímetro del Mar Menor. Un esfuerzo aún insuficiente, pero significativo.
Aliados silenciosos: la flora como barrera natural
Lo que muchas veces pasa desapercibido es que restaurar la flora autóctona no solo es una cuestión estética o patrimonial: son nuestras mejores aliadas frente al colapso ecológico.
Las plantas halófitas de saladar, por ejemplo, son capaces de filtrar nitratos presentes en la escorrentía antes de que lleguen a la laguna. Su presencia también previene la erosión de los suelos y fomenta la formación de suelos fértiles a largo plazo. En palabras de Clara Marín, botánica de la Universidad de Murcia: “estamos empezando a valorar el papel que estas plantas tienen como infraestructura verde natural”.
Iniciativas como los cordones verdes entre áreas agrícolas y zonas húmedas —formados por franjas de vegetación autóctona— están siendo evaluadas como solución basada en la naturaleza para frenar la entrada de contaminantes.
Qué puede hacer cada uno por la flora del Mar Menor
A quienes vivimos cerca del Mar Menor, o lo visitamos con frecuencia, nos toca también una parte de la responsabilidad. Y sí, también tenemos margen de acción:
- Evitar caminar fuera de los senderos señalizados en zonas con vegetación frágil como dunas y saladares.
- No arrancar ni recolectar plantas, aunque parezcan abundantes.
- Participar en voluntariados ambientales de entidades como ANSE, Ecologistas en Acción o asociaciones locales que organizan jornadas de plantación y monitoreo.
- Denunciar actividades ilegales que impliquen vertidos o destrucción de hábitats.
- Consumir productos agrícolas de proximidad y que respeten prácticas sostenibles, para reducir la presión sobre el uso de agroquímicos en la cuenca vertiente del Mar Menor.
Apostar por la ciencia, la conservación y el cambio de modelo
La recuperación de la flora del Mar Menor no será inmediata. Requiere compromiso institucional, adecuación de las normativas urbanísticas y agrarias, pero también voluntad política… y ciudadana. Sabemos qué está fallando, y también sabemos cómo remediarlo.
Las plantas del Mar Menor —silenciosas, resilientes y olvidadas— son centinelas de un ecosistema milenario que nos habla cada día, aunque no siempre queramos escuchar. Su futuro es inseparable del nuestro.
Como bien resume Pedro Gil, técnico ambiental de la Comunidad Autónoma: “Recuperar la flora del Mar Menor no es un lujo, es un termómetro. Si ellas vuelven, es que el sistema está sanando”.
¿Lo dejaremos marchitar o aprenderemos a cuidarlo como lo que es? Un tesoro natural, singular, y —con un poco de suerte y mucho esfuerzo— aún salvable.