Una resiliencia silenciosa: el desafío climático de las plantas medicinales
En los márgenes pedregosos de la Sierra de la Pila o en los suelos áridos del Valle de Ricote, todavía es posible encontrar poblaciones de Thymus moroderi —más conocido como tomillo rojo— floreciendo contra todo pronóstico. Aun en un clima cambiante que desafía sus propios ritmos biológicos, muchas plantas medicinales autóctonas de la Región de Murcia están mostrando una sorprendente capacidad de adaptación. ¿Cómo lo logran? ¿Qué estrategias despliegan frente a temperaturas crecientes, lluvias impredecibles y suelos cada vez más pobres? Este artículo se sumerge en la resiliencia silenciosa de nuestras plantas curativas para entender su rol crucial en la biodiversidad murciana y cómo podemos contribuir a su conservación.
Señales del cambio: estrés ambiental en aumento
El cambio climático no es un fenómeno abstracto: en los paisajes secanos del Altiplano y la huerta tradicional murciana, ya se están viendo sus impactos. Las alteraciones en los patrones de lluvia, con sequías prolongadas e irrupciones súbitas de lluvias torrenciales, han cambiado profundamente el entorno donde crecen las plantas medicinales. Algunas especies han comenzado a florecer antes de lo habitual, mientras que otras sufren una notable reducción en su población.
Según explica Ana Belén Sánchez, bióloga de la Universidad de Murcia especializada en fitosociología mediterránea: “Estamos observando que especies de alto interés etnobotánico como la Sideritis incana o la Lavandula dentata modifican sus ciclos fenológicos, adelantando la floración en más de dos semanas en comparación con estudios de hace veinte años”.
Estos cambios no son menores. Alteraciones en la floración pueden significar desequilibrios en su polinización —afectando su capacidad de reproducirse— y en la concentración de los principios activos por los que son tradicionalmente valoradas.
Estrategias de supervivencia: cómo se adaptan
A pesar de estos desafíos, muchas plantas medicinales han desarrollado mecanismos de adaptación que les permiten sobrevivir —e incluso prosperar— en condiciones climáticas adversas propias del sureste ibérico. Estas estrategias incluyen:
- Morfología reducida: Hojas pequeñas, con pelosidades o cubiertas de cera que reducen la pérdida de agua por transpiración, como en el caso del espliego (Lavandula latifolia).
- Profundización radicular: Algunas especies desarrollan raíces más profundas para acceder a capas de humedad subterránea. Es el caso de la ajedrea (Satureja montana) que crece en laderas rocosas.
- Banco de semillas latentes: Muchas plantas almacenan sus semillas en el suelo y sólo germinan cuando las condiciones son óptimas tras lluvias —un comportamiento típico del hinojo (Foeniculum vulgare).
- Mejoras químicas: Algunas adaptaciones incluso alteran la composición química de las esencias volátiles, resultando en aceites esenciales más concentrados. Esto no sólo es relevante para la farmacología, sino para la polinización y defensa frente a herbívoros.
Estas estrategias muestran que la adaptación de las plantas medicinales no es sólo una cuestión de supervivencia, sino también de transformación constante.
Cambios observados en especies clave en la Región de Murcia
En un reciente estudio de campo coordinado por el Instituto Murciano de Investigación y Desarrollo Agrario y Alimentario (IMIDA), se monitorearon poblaciones de plantas medicinales en distintos puntos de la región durante un periodo de cinco años. Los resultados destacaron tres especies particularmente relevantes:
- Salvia lavandulifolia: Ha mostrado una migración altitudinal de hasta 150 metros más arriba respecto a registros de hace dos décadas.
- Rosmarinus officinalis: Aunque es extremadamente resistente, la variabilidad en su patrón de crecimiento se ha asociado a cambios en el régimen hídrico del suelo.
- Thymus vulgaris: Presenta un descenso poblacional confirmado en su límite sur oriental, particularmente en zonas sobreexplotadas por actividades agrícolas.
Estos datos ilustran en tiempo real cómo se están desplazando las fronteras ecológicas de algunas de nuestras especies más representativas.
Un acervo tradicional en riesgo
No se trata solo de botánica o ecología. Las plantas medicinales también representan un legado cultural que generaciones de murcianos han sabido usar con sabiduría popular. El espino albar, la melisa o la ortiga son ejemplos de botiquines vivos que han nutrido la medicina natural de nuestros abuelos.
La pérdida o debilitamiento de estas especies, asociada al cambio climático, implica también la erosión de ese conocimiento ancestral. Como alerta Rosa Gallardo, etnobotánica del Centro de Estudios Rurales Avanzados: “Cada población de plantas medicinales que se extingue rompe un hilo del tejido cultural que ha unido a los pueblos con su territorio durante siglos”.
Por tanto, preservar la resiliencia de las plantas es también preservar ese diálogo entre el ser humano y su entorno natural.
¿Cómo podemos contribuir desde lo local?
Frente a un fenómeno global como el cambio climático, las acciones locales no son menores. Existen múltiples formas de colaborar en la protección de nuestras plantas medicinales desde la propia Región de Murcia:
- Cultivo responsable: Fomentar la siembra en huertos ecológicos comunitarios con especies autóctonas adaptadas al entorno, reduciendo así la presión sobre las poblaciones silvestres.
- Educación y divulgación: Apoyar iniciativas escolares y talleres sobre usos tradicionales de las plantas medicinales como parte del patrimonio etnobotánico regional.
- Evitar recogidas indiscriminadas: La recolección sin conocimiento técnico puede ser más perjudicial que útil. Mejor optar por productos certificados procedentes de cultivo sostenible.
- Participación ciudadana: Programas como el Banco de Germoplasma Regional o proyectos de ciencia ciudadana promueven la implicación directa de la población en el seguimiento y conservación de especies en riesgo.
La buena noticia es que muchas de las especies medicinales de la Región de Murcia son llamadas “especies facilitadoras” en ecología, es decir, mejoran el microclima para otras especies y contribuyen al equilibrio del ecosistema. Así que, cuidarlas —en cierto modo— es cuidar todo un paisaje.
Hacia una salud compartida: plantas, clima y comunidad
En un contexto histórico donde se habla cada vez más de “Una sola salud” —esa visión integradora que enlaza el bienestar del planeta con el humano—, las plantas medicinales adquieren un nuevo protagonismo. No sólo por sus beneficios terapéuticos, sino porque su adaptación o desaparición nos refleja la salud de todo un ecosistema.
Adaptarse al cambio climático no es únicamente responsabilidad de la vegetación. Es también un llamado para que nuestras prácticas, consumo e investigación científica se alineen con los ritmos y límites que la flora murciana nos recuerda.
La próxima vez que reconozcamos un tomillo floreciendo donde nadie pensaría que podría hacerlo, recordemos que hay algo más que un aroma fuerte y un sabor a campo: hay una lección silenciosa de resiliencia que no conviene ignorar.